Estar en otra parte

Nuestro ahora es siempre un cúmulo de conexiones internas y pensamientos que se transforman en palabras, para viajar al exterior y traerse de vuelta otras conexiones, palabras y pensamientos, que al principio no son nuestros, pero que pasan a formar parte de la corriente interna que nos mantiene vivos. Este ahora nuestro se desplaza con los otros ahoras que hay por todas partes —incontables e infinitos, a cada segundo, como granos de trigo en un tablero de ajedrez—, y en este viaje continuo van generando alguna especie de orden a partir de las posiciones que adoptamos en nuestras rutas personales. Sin embargo, a veces estamos en un ahora pero estamos en otro. Y no me refiero a pensarlo, sentirlo o creerlo, sino a verdaderamente estar en otro ahora, justamente lo que sucede en la actualidad.

Ante el panorama de la actual pandemia, vamos a necesitar que para nuestro ahora común, muchas personas tengan que encerrarse en sus ahoras y limitar sus movimientos, con la confianza en que todos haremos lo mismo. Pero lo fundamental es que surjan muchas personas —cuantas más mejor— que sean capaces de, estando aquí, estar en ese ahora que no conocemos y que puede configurar nuestro futuro más cercano y, quién sabe, abrir las puertas a una nueva forma de organizarnos socialmente y aprender a vivir ateniendo a otras claves, códigos y valores que pongan de una forma más lógica y humana nuestros ahoras en contacto.

La tecnología va a estar en ese ahora, de una forma distinta a la que venimos usándola a nivel global. Quizás de una forma más seria. Quizás de una forma en la que su tiempo de uso se nos vuelva más productivo. O quizás de una forma que nos permita retornar a esos espacios que hemos desocupado, para descargar la presión con la que este tipo de situaciones, como la que estamos atravesando, aplasta a las grandes urbes a escala mundial.

No sabemos lo que va a pasar. Lo único cierto es que si queremos ir a otro lugar, vamos a necesitar a todas esas personas cuya mente y cosmovisión se encuentra, justo ahora, en otra parte.

Imagen: minding their businesses, Vincent WR (2019) CC BY NC ND 2.0

Un mundo berruéquer

El cerebro gusta de discurrir por los caminos que ya conoce, como las personas elegimos el restaurante que nos viene mejor en cada ocasión en función de distintos factores, o reproducimos coitos que nos sorprenderían al ser revisionados por capítulos en cualquier plataforma de pago. La consciencia es algo maravilloso, aunque tampoco tiene demasiado valor sin conciencia. A la inversa, es una buena configuración para caminar por el mundo bajo la amplia sombra que va desde el anacoretismo hasta el activismo social, con una multitud de manifestaciones que transcurren por toda la zona intermedia. Pero, definitivamente, cuando existe un equilibrio entre estas potencias con base cerebral nos volvemos personas terriblemente peligrosas. Y a las personas peligrosas, al contrario de lo que la mayoría de las personas opinan, no se les da publicidad.

La notoriedad mediática es el primer paso moderno hacia la domesticación, y nunca tuvo el principito más zorros disponibles y a menos favs de distancia. Esto, prescindiendo de aguafiestas, está muy bien. Porque el disfrute de estar solo continuamente es una virtud que no suele llegar pronto en la vida, y mientras tanto hay que hacer algo con todo ese tiempo que nos ahorra la tecnología. Las redes nos han traido nuevos modos maravillosos de poder vivir la soledad, porque han congelado el tiempo, el espacio y el desplazamiento físico. Así que se puede morir congelado con una sonrisa en el rostro sin tener que afrontar el gasto y las incomonidades que supone hacer el viaje a Nepal, y ascender por cualquier pico decente hasta abandonarnos al frío hieratismo.

El único mundo que compartimos todos es el planeta Tierra. Esto se manifiesta en nuestro ánimo a consecuencia de la alternancia entre equilibrios y desequilibrios entre las físicas y químicas que lo constituyen, a veces con nuestra participación, a veces sin ella y casi siempre sin nuestra consideración. Qué desagradecidos. Sin duda el planeta va cuidándose de no desatar ninguna hecatombe que nos pille desprevenidos, mientras que nosotros vamos por él como si la evolución nos debiera algo. Es un poco confuso, ciertamente. ¿No nos estará afectando también a nosotros el cambio climático? Quizás haya que preguntárselo a Greta Thunberg. Pero habrá que hacerlo rápido, porque cuando se enamore estaremos perdidos. Y según observé el otro día en una película descolgada por ahí, Bruce Willis ya está demasiado escanciado para salvar el mundo.

Afortunadamente, nos quedan muchos mundos más, contenidos en este mundo berruéquer cuya sociedad más avanzada en lo tecnometafísico puede que sea la japonesa: ningún país del mundo puede decir que está donde está y dos bombas atómicas le contemplan. Decididamente eso debe construir una perspectiva muy adecuada a nuestros tiempos sobre el sentido de la vida, la saturación de lo humano, y las nuevas posibilidades que ofrece existencialmente la tecnología. La magnitud del conflicto es, sencillamente, arrolladora. La nueva guerra mundial está en lo tecnológico, una guerra de velocidades de transmisión de datos, capas y estratagemas, puertas traseras y datos robados antes de que llegue la señora de la casa.

Y al igual que sucedió con la bomba atómica, quienes estén más dispuestos a utilizar la tecnología para el control y la aniquilación del individuo en nombre del bien común, serán probablemente quienes se alcen con el dominio en el nuevo periodo que se abre. De momento, en este mundo berruéquer, los chinos tienen esa visión clara, con su equilibrio imbatible entre consciencia y conciencia. Veremos. Si la verruga nos deja. Y la Tierra, que siga a lo suyo.

Imagen: Mike Wyner (2018) CC BY NC 2.0

La vida subsidiada

El martes 12 de febrero pasaron en La2 este fabuloso documental que podéis volver  ver acá: Un mundo sin trabajo. A grandes rasgos se ocupa de echar una ojeada a este presente en el que la tecnología está acabando con el trabajo y el sentido social y económico que le venimos dando desde la época de la revolución industrial -la clásica, la que estudiábamos en el colegio los que ahora somos cuarentones-, atendiendo a determinados aspectos y al impacto e importancia que tienen en nuestra vida actual los algoritmos, la recopilación de datos, la robótica y la inteligencia artificial. Todo ello empaquetado en una producción audiovisual francesa que hace que te preguntes una vez más por qué todavía aquí el personal sigue flipando con programas como Salvados.

Un mundo sin trabajo es una realidad que se empieza a tratar de comprender al poco de iniciarse el documental cuando Daniela Cerqui constata la inversión de la lógica del sistema de producción del capital señalando que el ser humano se ha convertido en una variable ajustable más entre las muchas otras que se disponen a lo largo del proceso productivo:

«Las máquinas se han vuelto prioritarias y el humano es percibido como el grano de arena que podría hacer que todo el sistema fallara»

Después hay mucho más, y os invito a que si podéis le echéis un rato pero con papel y algo con lo que anotar, porque hay hechos, opiniones y muchas claves que se pueden tratar en casa y en la escuela. Creo que es algo sobre lo que debemos reflexionar en cuanto a factor de riesgo y oportunidad, y como ejercicio de búsqueda de esa verdad y práctica social que debemos encontrar si efectivamente no queremos que la tecnología y la velocidad se nos lleven por delante.

Nosotros, ellos y sus futuros

Ayer pensaba en los años que me quedan en la hipotética carrera hacia el retiro, con el vértigo que siempre produce tomarse este tipo de licencias de las que nada entienden el azar, el destino, la cábala o el desatino. Siempre he dicho que no me veo toda mi vida trabajando como maestro -puede ser una visión, o acaso un espejismo- pero supongo que aunque me venciera o enrocara podría alcanzar esa meta parcial de levantarme todos los días del resto de mi vida a la hora que aproximadamente quisiera. Sin embargo, pienso en mis hijos y entiendo que se encuentran al principio de un viaje que va a requerir unas alforjas mucho más camaleónicas, salvo que sus anhelos profesionales tengan relación con ámbitos, espacios y necesidades personales muy determinadas (y también en ese caso, pues supondría que son muy buenos haciendo algo o van a contracorriente, para lo cual no sirve hacer o replicar lo que todo el mundo hace o replica). A pesar de la incertidumbre, lo mejor que siento que puedo desear enseñarles es que nunca pierdan las ganas de aprender ni de superarse haciendo cosas. Y lo que me parece claro es que o encontramos un equilibrio entre cómo queremos vivir y el mundo en el que vivimos,  gestionando positivamente la dualidad trabajo-existencia, o no seremos personas felices.

El presente y el futuro son más paradójicos que nunca, hasta el punto en que cualquier posicionamiento llevado al extremo puede volverse en nuestra contra como especie. Por encima de esas posturas debemos entender algo esencial: el progreso siempre ha terminado acabando con el mundo como lo conocíamos hasta entonces y empuja al hombre a descubrir qué hay más allá de la luz. Es cierto que en esta ocasión parece que ese progreso, una vez más, puede llevarse por delante muchas esencias, muchas historias, muchas creencias y a muchas personas; pero volver al pasado, abandonar la tecnología y abrazar solo a los árboles no parece ser una opción. Retomando el equilibrio del que hablábamos antes, puede que lo encontremos laboral y personalmente en dedicarnos a algo con un impacto social. Es este sentido el que emerge como una de las alternativas más claras que se plantean en el documental a partir de un polémico constructo: la renta básica como nuevo derecho civil.

Toma. Este es tu tiempo. Haz buen uso de él

Bernard Stiegler y Guy Standing se posicionan claramente a favor de la creación de una renta básica que estaría enmarcada en una nueva manera de construcción económica y social, caracterizada por la redistribución global de la riqueza y un uso de los beneficios económicos dirigido esencialmente a actividades con impacto social que enriquecieran el conocimiento colectivo y nos permitieran, como apuntan otras opiniones, desrobotizarnos a través de la robotización y poder ser más creativos con todo ese tiempo que nos va a otorgar la desaparición de tanto trabajo.

De momento la idea se está probando en los Países Bajos y en Finlandia, aunque dirigida principalmente a personas desempleadas. Es probable que a lo largo de este año se publiquen conclusiones relevantes al respecto de manera que se pueda escalar una propuesta que incluya a sectores más amplios de población, independientemente de que trabajen o no; tarea que se antoja titánica en lo que a variables a tener en cuenta se refiere para otorgar una cantidad de dinero x a la toda gente a cambio de nada, que es el espíritu último del proceso. No negaré que en un primer momento es una idea que puede parecernos bastante loca. ¿Pero no es más loco -y sobre todo deshumanizador- despedir al 50% de los trabajadores de determinados sectores y condenarlos a la desaparición? Porque no nos engañemos, la gente que vive en tiendas de campaña, en un momento determinado, desaparece aunque todavía esté ahí. ¿Y si la utopía, como apunta Guy Standing, no fuera la renta básica sino el pleno empleo en el siglo XXI?

Lo que puede aportar la educación

El trabajo de Jerome Choain es una pequeña muestra final de lo que la educación puede hacer al respecto del necesario empoderamiento que precisan las personas para acceder a la tecnología, las interfaces digitales y poder ejercer su ciudadanía con la máxima independencia, por encima de que sean millennials o centenarians. Su Universidad Popular Abierta y dedicada a la tecnología digital indica algunas de las claves que no podemos dejar pasar desde la escuela: la alfabetización digital, la alfabetización mediática, cultivar valores sociales, comunitarios y de convivencia, desarrollar la empatía, dedicar nuestro saber a mejorar la vida de los demás… Construir un nuevo mundo en el que uno sienta que el tiempo y el esfuerzo que emplea en hacer cosas no es trabajo porque hemos conseguido romper con la tradición y las correspondencias inherentes al capitalismo. Construir un nuevo mundo en el que si es tu deseo siempre puedas saber más. Construir un nuevo mundo en el que nuestro tiempo nos sea devuelto. Quizás a partir de esa vivencia podamos empezar a cambiar otras muchas miradas, pensamientos y sensaciones sobre la existencia que ya consideramos como inmutables y necesarias. No sé si será posible. Pero desde la educación no podemos negarnos a intentar mostrarlo como una opción, dando pasos en esa dirección.

Imagen#2: Basic income, Marc van der Chijs (2016) CC BY-ND 2.0