La amplitud y variedad de reflexiones que generamos en las redes alrededor de la educación a veces no sirven más que para levantar barricadas, determinar oponentes y señalar vigas en todas partes. O para hacer visibles casos concretos, buenas prácticas, teorizar, citar estudios que apuntalan nuestro punto de vista… y levantar barricadas, determinar oponentes y señalar vigas en todas partes.
Hoy propondremos un ejercicio sencillo, y luego ya nos podremos dedicar a emprender obras arquitectónicas argumentativas que nos permitan encerrarnos bien y tirar la llave por el retrete. La propuesta consiste, simplemente, en tratar de reflexionar un momento sobre cuál es nuestro papel en el centro educativo en el que prestamos nuestros servicios, para después determinar en qué grado consideramos que somos un elemento imprescindible para nuestra comunidad educativa.
Con un poco de tiempo que dediquemos a este intento de análisis, seguramente surgirán un buen montón de preguntas que necesitarán respuestas concretas. ¿Qué es lo que aportamos? ¿En qué ámbitos y espacios? ¿Qué evidencias hay de ello? ¿Cuál es nuestro peso específico dentro de la estructura y el proyecto de nuestro centro educativo? ¿A qué contribuimos, dónde y con quién? ¿Qué impacto efectivo tendría nuestra desaparición en el centro educativo sobre el proyecto que allí se desarrolla?
Además: ¿quién lo dice, señala, manifiesta, comunica, agradece, destaca, o hace sentir? ¿Quién lo critica, complementa, rediseña, apoya, defiende, reconoce, o hace crecer? ¿Quién lo censura, desconoce, ignora, calumnia, dificulta, o deja correr? ¿Dónde comienzan, respectivamente, lo objetivo, lo subjetivo y lo intersubjetivo en una reflexión de este tipo?
Cuando te canses de mirarte a ti mismo, mira a los demás. Y cuando te canses de mirar a los demás, mírate a ti mismo. Por el camino aparecerán los elementos imprescindibles. También en tu escuela.