Elementos imprescindibles

La amplitud y variedad de reflexiones que generamos en las redes alrededor de la educación a veces no sirven más que para levantar barricadas, determinar oponentes y señalar vigas en todas partes. O para hacer visibles casos concretos, buenas prácticas, teorizar, citar estudios que apuntalan nuestro punto de vista… y levantar barricadas, determinar oponentes y señalar vigas en todas partes.

Hoy propondremos un ejercicio sencillo, y luego ya nos podremos dedicar a emprender obras arquitectónicas argumentativas que nos permitan encerrarnos bien y tirar la llave por el retrete. La propuesta consiste, simplemente, en tratar de reflexionar un momento sobre cuál es nuestro papel en el centro educativo en el que prestamos nuestros servicios, para después determinar en qué grado consideramos que somos un elemento imprescindible para nuestra comunidad educativa.

Con un poco de tiempo que dediquemos a este intento de análisis, seguramente surgirán un buen montón de preguntas que necesitarán respuestas concretas. ¿Qué es lo que aportamos? ¿En qué ámbitos y espacios? ¿Qué evidencias hay de ello? ¿Cuál es nuestro peso específico dentro de la estructura y el proyecto de nuestro centro educativo? ¿A qué contribuimos, dónde y con quién? ¿Qué impacto efectivo tendría nuestra desaparición en el centro educativo sobre el proyecto que allí se desarrolla?

Además: ¿quién lo dice, señala, manifiesta, comunica, agradece, destaca, o hace sentir? ¿Quién lo critica, complementa, rediseña, apoya, defiende, reconoce, o hace crecer? ¿Quién lo censura, desconoce, ignora, calumnia, dificulta, o deja correr? ¿Dónde comienzan, respectivamente, lo objetivo, lo subjetivo y lo intersubjetivo en una reflexión de este tipo?

Cuando te canses de mirarte a ti mismo, mira a los demás. Y cuando te canses de mirar a los demás, mírate a ti mismo. Por el camino aparecerán los elementos imprescindibles. También en tu escuela.

Imagen: Chema Muñoz Rosa (2013) CC BY NC ND 2.0

Poéticas: el confín (I)


Vuélvese el hombre hacia sus mitos,

amanerado y medroso astracán,

vomita quedo su decepción

al encontrar imperfecta

la misma carne de siempre

vestida de esputos  y bajeza.

La mortalidad al fin abandona

el patrimonio de los vampiros,

soldados de guerras cotidianas,

desbordados de experiencia

y especialidades muertas

se recuerdan mutuamente

el deber de morir

con dignidad.

Y tanto nos apena vuestra marcha

que levantamos tótems e idearios,

porque vuestra plana ausencia

en tal modo nos castiga

que llenos de orgullo y prejuicio

sacudimos nerviosas las manos

sobando líneas de tiempo

hasta alcanzar el orgasmo.

No nos hacen ya falta más orates,

ni más oscuros augurios se precisan.

Consumados en la hecatumba

Y esculpida la cotidiana bosta

ni siquiera somos capaces

de admirar nuestra sepultura…

¿adónde marchará lo bueno

siempre cubierto de pústulas?

Vuélvese el hombre turbado,

falaz hacia su parentela,

reconoce unos cuerpos extraños,

frentes trianguladas

y chorreantes mareas…

Qué pueda quedar  ya

por aniquilar

entre los bausanes erectos

que se dan matarile en silencio…

Hasta Bruto nos envidia

desde el fondo del averno.

Muros mediáticos

¿Os acordáis del Monsters of Rock? ¿De esas pilas de pantallas de amplificadores Marshall, esas marabuntas de peludos y peludas acudiendo a la liturgia del rock y el heavy metal? Seguramente se trataba de una forma de hacer la guerra, una forma de conectar a las masas con su más básica razón de ser. La representación sonora del progreso a base de guitarrazos y alaridos. Una forma de vivir y disfrutar que, más que desaparecer, se ha transfigurado. Desde ese muro de sonido y poco más (quizás la hombría rockera, los escrotos esculpidos en los vaqueros y los pantalones de cuero… una estética candidata hoy día a agravante políticamente incorrecto para cualquier juzgado de guardia), hemos pasado ahora a alimentar la amígdala y los jugos gástricos con el muro mediático, y todos y cada uno de nosotros aportamos nuestro amplificador -más o menos potente- para la construcción de esa amalgama de ruido social que no hay espectrómetro que resista. La libertad mediante las cookies.

El latín, como el rock, también ha pasado de moda, lo que provoca un alejamiento del conocimiento de la lengua y una nueva forma de construir y comunicar el pensamiento. Ahora Bruto lleva pendientes en la lengua y en los pezones, aunque no sepa conectar un Big Muff a una BC Rich (y mucho menos conectar ésta a un 4×12). ¿Qué es esto? Nada más que un ejercicio de declinismo. La realidad no pasa de ser un estorbo para llegar más allá, bastante bien soslayable por el mensaje y la manipulación. El que envejece es pesimista, la juventud puede suicidarse por amor y desamor (hay mucho que investigar ahí, subvencionemos). Pero aceptemos al menos lo siguiente: dentro de la ineficiencia de la naturaleza, el ser humano es lo más eficiente (en la creación y en la destrucción), luego no debería sorprendernos que la tecnología y los algoritmos puedan superar con creces esta eficiencia nuestra, dentro de la ineficiencia sistematizada que provoca la coexistencia del orden y el caos. ¿Qué es lo que queremos, mientras nos decidimos a dar el salto? Un ampli. Y cuanto más gordo sea, mejor.

Después de la caída del Muro de Berlín, había mucho que ganar poniendo rumbo hacia el este. Hoy, con la aparente desaparición de límites y fronteras que trajo internet, hay mucho más que ganar que en ningún otro momento de la historia, y la información, su control y su difusión se han convertido en la mejor y más barata manera de hacerlo (nada hay más barato que la deuda Voyager, la inversión a fondo perdido en la posibilidad). Para ello, basta con producir una tormenta sónica continua, hacer que el silencio se nos vuelva insoportable. ¿Para qué mira uno 150 veces al día su fono? Para ver si ha pasado algo. Y es una putada, pero nunca sale que vuelve el Monsters of Rock.

Imagen: Jaakonam, (2008) 3 x 6 stack of Marshall guitar cabinets (the setup of Jeff Hanneman from Slayer) on the Tuska open air metal festival main stage in 2008. CC BY SA 3.0

Una biblioteca

Granja Escuela... (VII)

De vez en cuando nos asalta la lucidez y rescatamos pequeños hábitos que nos hacen la vida más placentera. Volver a sacarse el carnet de la Red de Bibliotecas Públicas de Andalucía le reconcilia a uno con la lectura, los libros, los espacios y las personas que se encargan de gestionarlos. Y por fuerza natural, ese acto de ir a alguna parte también le hace a uno viajar hacia dentro y recuperar sensaciones olvidadas, tactos, olores, comportamientos y momentos. Porque el acto de leer es precisamente eso, saber quiénes somos en distintos momentos.

Ir a una biblioteca puede hacer tanto por nosotros… Una bonita sorpresa, un sitio donde se prestan y regalan universos y silencios para llevar. En el camino te puedes encontrar tantas claves, señales y códigos de pertenencia al mundo como cuando paseas la mirada sobre los lomos de tantos y tan diferentes caballos repletos de letras que prometen llevarte a lugares insospechados. Pueden haber pasado muchos años o pocos, pero allí siguen, vívidos, como perros inmortales dispuestos a darte mucho a cambio de muy poco, los libros.

Me gusta la biblioteca de mi barrio. Me gusta su espacio. Me gustan sus bibliotecarios. Porque te vuelven a recordar cómo se habla bajito y empleando las palabras justas. La cremallera de la mochila es aquí un sobresalto. Tan sólo hay un puñadito de normas que cabrían holgadamente en el asteroide del Principito. El resto puede que sea la libertad más olvidada del mundo actual. Puedes estar en el mundo o huir del mundo. Puedes vivir o puedes morir. Pero cuando lees, estás tan cerca de ti mismo, del mundo y de la libertad que te da hasta reparo por parecerte que estuvieras en otra parte.

Nunca he dejado ni dejaré de leer. Pero desde que he vuelto a estar en una biblioteca, recuerdo más a menudo que soy libre.

Imagen: Chema Muñoz Rosa (2018) ©Todos los derechos reservados