Alternativa a la pedagogía de la polarización

Temía Jorge Wagensberg, en su estupendo libro de ideas para la imaginación impura, que la pedagogía no existiese. Vamos, lo temía. A mi nunca me ha parecido que Wagensberg temiera cosa alguna, salvo quedarse sin preguntas, quizás. A partir de los estímulos que permitían al científico la elaboración de conocimiento y, por ende, hacer ciencia, Wagensberg se preguntaba si éstos podrían servir también para transmitirla (enseñarla). De este modo, planteaba las siguientes hipótesis:

  • Los estímulos que favorecen la creación de un conocimiento son los mismos que favorecen su transmisión.
  • El método que favorece la transmisión de un conocimiento es el mismo que ha favorecido su creación.

Una de las cosas interesantes de leer y escuchar a Wagensberg —es relativamente sencillo poder hacer ambas cosas en internet sin tener que dar muchos rodeos— es la clara manifestación de sus procesos de pensamiento a través de dos de sus grandes dotes personales: ser un escritor muy claro y ser un conversador muy agudo. Es delicioso encontrarse con sus ideas en desarrollo, sus frases metódicamente pulimentadas, sus argumentos progresivamente mejorados, etc… hasta conseguir reducirlos a genialidades artísticas y científicas en forma de aforismos (siempre tan preocupado, Wagensberg, por el equilibrio entre la simplicidad, la comunicación, la ciencia y el arte). ¡Y todo esto siendo todo un bon vivant ! Desde luego, al alcance de pocos inmortales.

Pero retomando su sospecha sobre la inexistencia metodológica de la pedagogía, cierra:

«La conclusión que me atrevería a ofrecer es que no existe un método de la pedagogía. Existe el de la ciencia, o si se quiere, el de la biología, la física, […] Y no existe porque no existe el método pedagógico. Y no existe el método pedagógico porque la pedagogía no es un conocimiento, es un aspecto de cualquier tipo de conocimiento, un aspecto que se deriva de la transmisibilidad no genética del concepto de conocimiento, una transmisibilidad íntima e indisolublemente ligada a su creabilidad. Ambas hipótesis fundamentales para una presunta pedagogía podrían resumirse en una sola máxima: la idea fundamental para la transmisión de conocimiento consiste en la tendencia a poner al destinatario de la transmisión literalmente en la piel de quien lo ha elaborado.«

Simplificando un poco la cuestión en Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?, apunta aforísticamente:

«No se puede aprender a tocar el violín si no es por conversación directa entre profesor y alumno, y no está descartado que aprender cualquier cosa sea como aprender a tocar el violín.«

«Los mejores estímulos para transmitir un conocimiento acaso sean los mismos que los que han intervenido en la creación de tal conocimiento.«

«El mejor método para transmitir un conocimiento acaso sea el mismo que ha servido para crearlo.«

«La pedagogía, entendida como un método para transmitir cualquier tipo de conocimiento, me temo, no existe.«

«La pedagogía acaso sólo sea, y es mucho, una cuestión de estímulos.«

A partir de aquí, creo que si de lo que hablamos es de pedagogía educativa, tenemos unos cuantos problemas actualmente en relación con los estímulos, y otros tantos en relación con los métodos pedagógicos (métodos de estimulación, si aceptamos la tesis de Wagensberg). El ecosistema en el que estos estímulos son generados y recibidos también es, ciertamente, problemático. Sin embargo, tratando de poner el foco en lo que está en nuestra mano empezar a solucionar, puede que debiéramos centrarnos simplemente en los estímulos que generamos como docentes, tratando de garantizarles un origen riguroso y basado en el orden científico, que es distinto del que emana de la pedagogía y sus (¿inevitables?) aditamentos ideológicos y políticos.

La práctica educativa en universos paralelos

Tomemos dos adjetivos muy presentes en el lenguaje cotidiano escolar y en la vida, «fácil» y difícil». «Hoy vamos a ver una cosa muy fácil». «Esto está chupao, maestro». «Ehto es muy difíciiiiiiii» (esa voz de queja no se me va a olvidar jamás en la vida, jamás)… La primera y la última de las fórmulas casuales presentadas son, probablemente, las que más he escuchado en mis últimos años de práctica como docente. Pero no caigamos en lo que he escuchado o he dejado de escuchar, porque no deja de ser más que una parcelita descuidada de la realidad educativa general. Tomemos los adjetivos propuestos en una sala de ensayo ideal sobre el aprendizaje en la que tratáramos de buscar la objetividad sin postmodernismos. ¿Aprender es fácil o es difícil? Según qué se aprenda. Según quién tenga que aprender. Pero sobre todo, según quién sea el encargado de enseñar, porque es de quien emana el estímulo, que debería estar adecuado al resto de los elementos básicos que conforman la realidad de su receptor. «Pero cómo no lo vas a entendeeeer si esto es facilísimo, ¿sí o no?«(lo que me va a costar quitarme esta maldita coletilla verbal, probable estigma de fracaso profesional, y muestra de muchas otras cosas más sobre las que tendré que escribir en algún momento… a un aula unitaria en una isla remota me voy a tener que marchar).

La práctica educativa en universos paralelos, en escuelas diversas, en contextos diferentes, en el vergel y en el desierto… tiene afortunadamente un elemento que es común: los maestros tenemos que ser excelsos —o al menos aspirar a serlo— en toda situación de enseñanza en la que nos encontremos. De maestro a maestro: «Es que eso es muy difícil». Jé. ¿Qué pensábamos que era esto de enseñar? ¿Hacer muñequitos de plastilina? Si no tenemos claro que nuestro trabajo va a ser difícil, ¿qué narices le vamos a pedir a la pedagogía (ya lleva lo suyo hoy, la pedagogía), a un compañero, o a un niño? El esfuerzo es idéntico en esencia, independientemente del contexto. El nuestro y el de ellos. Porque en los universos, por paralelos que sean, la facilidad y la dificultad siempre van a existir. Y en todos sus cruces igual. Es por eso que nadie sabe a ciencia cierta (ni la Guardia Civil lo sabe) cómo se debe circular en una rotonda que tenga más de un carril (que alguna habrá en el mundo). Fácil y difícil. Si no tenemos esto claro, ¿cómo vamos a pretender que los estudiantes lo tengan claro? Vuelvo a recordar lo que comentaba aquí: nada que merezca verdaderamente la pena es fácil, sencillo, rápido y se consigue con un click. Y enseñarle a un niño lo contrario, es convertirlo en un esclavo.

Mientras tanto

El primer mundo educativo, si me permiten llamarlo así, quizás lleva mucho tiempo inmerso en discusiones bizantinas. Quiero que vuelvan arriba ahora, y lean de nuevo la negrita con la conclusión de Jorge Wagensberg. Sobre todo si tienen la suerte (no añado lo típico de la desgracia, porque aprender nunca es una desgracia) de dedicarse a la pedagogía. Léanlo mil veces, medítenlo, y desterremos juntos de una vez por todas las luchas entre docentes en lo que se refiere a cuestiones pedagógicas que, probablemente, no tengan el peso que pensábamos sobre lo que aprenden o dejan de aprender los niños en las escuelas. Porque quizás ahora, en 2021, lo más importante no sea el transmitir por transmitir el conocimiento, sino empezar a sentar las bases para poder volver de nuevo, siglos después del Renacimiento, a generar un gran caudal de conocimiento nuevo; de forma que seamos capaces como especie de hacer frente a los retos globales a los que nos enfrentamos. Girémonos, de nuevo, hacia la ciencia y su método. Seguramente es quien mejor puede hablarnos del verdadero conocimiento, por complicado que pueda ser llegar hasta él. Puede que, entonces, recordemos todas esas cosas que creemos que hemos olvidado, por creer que fueron fáciles de aprender.

Imagen:

Untitled, Lori Greig (2008) CC BY NC ND 2.0

Banda sonora de la entrada:

Resident / Episode 512 / Feb 27 2021 (durante la segunda mitad de la entrada; porque la primera es prácticamente de Jorge Wagensberg, que en gloria esté)

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