¿Os acordáis del Monsters of Rock? ¿De esas pilas de pantallas de amplificadores Marshall, esas marabuntas de peludos y peludas acudiendo a la liturgia del rock y el heavy metal? Seguramente se trataba de una forma de hacer la guerra, una forma de conectar a las masas con su más básica razón de ser. La representación sonora del progreso a base de guitarrazos y alaridos. Una forma de vivir y disfrutar que, más que desaparecer, se ha transfigurado. Desde ese muro de sonido y poco más (quizás la hombría rockera, los escrotos esculpidos en los vaqueros y los pantalones de cuero… una estética candidata hoy día a agravante políticamente incorrecto para cualquier juzgado de guardia), hemos pasado ahora a alimentar la amígdala y los jugos gástricos con el muro mediático, y todos y cada uno de nosotros aportamos nuestro amplificador -más o menos potente- para la construcción de esa amalgama de ruido social que no hay espectrómetro que resista. La libertad mediante las cookies.
El latín, como el rock, también ha pasado de moda, lo que provoca un alejamiento del conocimiento de la lengua y una nueva forma de construir y comunicar el pensamiento. Ahora Bruto lleva pendientes en la lengua y en los pezones, aunque no sepa conectar un Big Muff a una BC Rich (y mucho menos conectar ésta a un 4×12). ¿Qué es esto? Nada más que un ejercicio de declinismo. La realidad no pasa de ser un estorbo para llegar más allá, bastante bien soslayable por el mensaje y la manipulación. El que envejece es pesimista, la juventud puede suicidarse por amor y desamor (hay mucho que investigar ahí, subvencionemos). Pero aceptemos al menos lo siguiente: dentro de la ineficiencia de la naturaleza, el ser humano es lo más eficiente (en la creación y en la destrucción), luego no debería sorprendernos que la tecnología y los algoritmos puedan superar con creces esta eficiencia nuestra, dentro de la ineficiencia sistematizada que provoca la coexistencia del orden y el caos. ¿Qué es lo que queremos, mientras nos decidimos a dar el salto? Un ampli. Y cuanto más gordo sea, mejor.
Después de la caída del Muro de Berlín, había mucho que ganar poniendo rumbo hacia el este. Hoy, con la aparente desaparición de límites y fronteras que trajo internet, hay mucho más que ganar que en ningún otro momento de la historia, y la información, su control y su difusión se han convertido en la mejor y más barata manera de hacerlo (nada hay más barato que la deuda Voyager, la inversión a fondo perdido en la posibilidad). Para ello, basta con producir una tormenta sónica continua, hacer que el silencio se nos vuelva insoportable. ¿Para qué mira uno 150 veces al día su fono? Para ver si ha pasado algo. Y es una putada, pero nunca sale que vuelve el Monsters of Rock.