Malaka: el hedor que nos persigue (VI)

A veces nos queremos convencer de que todo se arreglará cuando suceda algo en lo que ponemos todos nuestros sentidos, o al menos vivimos trasladando esa certeza al universo colindante con nuestra piel. Pero en Malaka el tradicional fatum no deja de tortearle la cara al personal como si se hubiera salido de la fila que conduce al matadero. Y mira que empezaba el capitulito de ayer con un pequeño guiño gracioso a la fe que debemos tener en nosotros mismos, desde muy tempranito, en el Peñón del Cuervo. La fe no basta, sobre todo una vez que hemos conseguido fluida cobertura para nuestras necesidades más primarias. Si no que se lo digan a Salo, que después de dejarse llevar por la pasión, puso el punto de lucidez más enorme sobre la necesidad que hayamos visto hasta ahora en la serie: «Cuando uno nace en la mierda, el olor te persigue por todas partes». Me recordó a lo que contaba José Manuel de Oña a unos estudiantes: «Cuando uno come todo los días macarrones. ¿qué creéis que acaba pensando?… Pues que es pobre». Y de ahí no es tan sencillo salir. Desde luego es mucho más sencillo pegar un polvo.

Mientras tanto, la revuelta de los segundones sigue hacia delante, con alguna que otra sorpresilla y la coctelera rebosante de sangre y testosterona. Obsérvese que seguimos jugando al mismo juego que en el párrafo anterior, de natural evolutivo y que no repara en gestos ni gastos para alzarse con la victoria temporal. Se baten los malos -contra los menos malos-, como leones agitanados, y en la repentina prosperidad de sus gónadas, hasta Castañeda se permite estrangular escrotos en la cárcel para hacerse respetar. Ahora, que a huevos y a problemas, nadie le gana al Gato. Porque el reinado que busca no es para sí mismo, sino para el denostado Perico, el personaje más inconsciente de la trama, excluído el bebito de la Gámez.

Se siguen manteniendo bien los equilibrios en la serie, las alternancias y la introducción de nuevos personajes en el camino; sin descuidar nuestra ración semanal de localismos y «gilipolla», que nadie pronuncia tan bien como Maggie Civantos. Creo que la mejor prueba de su gran labor es ésta, su suficiencia como actriz para convertir lo trivial y cotidiano en algo absolutamente creíble, sin aspaventear cuando el ambiente o el mensaje que se quiere trasladar es más dramático. Sin hacer dietas burdas ni atiborrarse de tics costumbristas. Bien es poco, lo que le va a ir a Maggie próximamente. A Blanca suponemos que también, aunque todavía le quedan noches que pasar en el karaoke.

Nos esperan bellos flashbacks. Lástima que en la vida real no se pueda echar mucha mano de ellos cuando hacen falta, porque el cerebro suele distorsionarlo todo hasta que la historia resultante nos cuadra y nos permite seguir hacia delante…¿No, Blanca?

Imagen: RTVE©