La realidad, ese conceptaco

Andaba esta mañana perdiendo el tiempo en Twitter —porque en esta red social, a poco que uno se lo reconozca, lo que se hace mayormente es perder el tiempo [tengo que mirarme seriamente esto]—, y al hilo de las extravagancias de Victoria Abril comentadas en una de esas interminablemente repetidas reacciones que causan las manifestaciones divergentes respecto a la media, encontraba un intercambio consistente en, aproximadamente esto:

-Qué es lo que ha dicho.

-¿En qué mundo vives?

Me he dado por aludido, claro. Y me he preguntado en qué mundo vivía yo por haberme enterado ayer de lo de Victoria Abril (en Twitter), estar al día siguiente perdiendo el tiempo (en Twitter) y no haber visto hasta ahora mismo (primer enlace, en YouTube) las extravagancias de Victoria Abril más o menos completas y, lo que es más importante, habiéndolas escuchado conforme iban saliendo en fila prieta desde su extraña nariz hacia abajo y adelante. Estamos entonces en el mundo en el que Victoria Abril dice esas cosas que dice, que creo que son, como digo, extravagancias fruto del hartazgo y de su (sospecho) falta de necesidad de tener que contentar a nadie con sus opiniones (que no criterios). Si no me hubiera enterado, sigo estando en el mismo mundo en el que estaba antes de Twitter y tampoco es que me haya perdido nada salvo unas cuantas extravagancias [joder, qué alto suenan siempre estos tipos].

¿En qué mundo vives? Menudo aserto interrogativo. No habrá que deducir del contexto que fuera de Twitter no hay mundo, ¿verdad? [What did (you say you’d) find] O que para estar en el mundo hay que estar todo el día piando en Twitter o prestando atención (y aquí me acuerdo de Radiohead, también) de una manera más o menos continuada a lo que sucede no allí arriba en las copas de los árboles sino aquí abajo, en esa línea inclinada generalmente que se establece entre nuestros ojos [Then come, come, come, get the hell inside] y las pantallas de dimensiones más o menos reducidas. En resumen, no habrá que deducir que para poder estar en el mundo hay que estar perdiendo el tiempo de una forma más elaborada que en otras épocas de la humanidad, ¿no? [y no es que suenen terriblemente alto estos tipos, es que siempre apetece que suenen todavía más alto].

Esta idea de la pérdida elaborada del tiempo [You can close your eyes] se me acaba de hacer muy atractiva. Porque resulta ser muy práctica, al estilo del gran logro que supone que la propaganda líquida nos haya convertido a todos en altavoces gracias a sitios (como Twitter) que se presentan como descriptores del mundo [Well you might as well commit suicide] y a los que tienes que estar conectado en cierto modo para poder responder a ¿En qué mundo vives? [y oooootra vez que le doy a repetir]. Antes perdíamos el tiempo de formas que seguramente hemos olvidado, y sin embargo ahora esa pérdida del tiempo se convierte en algo rentable para esos que siempre dibuja El Roto con traje, corbata y sombrero [Wait for me because I waited for you] de un modo que ya resulta ingenuamente demodé. Qué mejor manera de ser dominado que hacernos adictos a cualquier cosa [No that’s not what you should do] y que, en realidad (asterisco), estemos pensando que es la mejor forma de poder estar en el mundo sin planchar todos esos trajes y corbatas (¿con los sombreros qué se hace?) y, sobre todo, pregonando un amor de pacotilla que se acerca y aleja de la naturaleza al mismo tiempo que se acerca y aleja de la realidad. Un amor que se basa en el odio y se marcha haciendo arabescos entre las ramas donde pían los pájaros azules [Don’t hate me ‘cause I don’t hate you].

Por este lado del bosque, a esta hora, no puede haber silencio, y a todos nos gustaría ser tan bellos como era Kevin Shields [Insane eyes]. El mundo va a seguir, mientras tanto, tratando de ser descrito y representado en sitios como Twitter, aunque siempre recomendaré mirar al cielo buscando pájaros de verdad de vez en cuando y prestando especial atención a lo que hacen con sus alas mientras vuelan cuando están parados; porque los que pueden, los días de corrientes propicias, son tal cual aviones haciendo algo de lo que los aviones son incapaces [You made me realise]. Esa habilidad es algo que me parece fascinante. Esa forma de estar en el mundo que tienen esos pájaros en ese instante tan especial. Esa manera de domar al viento y de quedarse allí parados debería hacer que nos preguntáramos en qué mundo viven los pájaros [y necesito una versión de esta canción que se pueda subir 10 decibelios más].

Por el otro lado del bosque, la historia de esta entrada encontraba el resto de su camino (su principio y razón) a partir de aquí, donde tenemos el mundo de Twitter y a alguien [Something in you died] que dice hablar del mundo real, tratando de pasar por el pájaro que, detenido grácilmente, es capaz de domar el viento. Miente lamentablemente, Pablo Echenique, sin que el tiempo haya podido salvarle; aunque lo peor de todo no es que mienta, lo peor es que te lo hayas tragado, estampado contra el suelo y con las plumas todavía calientes [Well no, no, no, no fault of mine]. ¿Vivimos en el mismo mundo? Sí. Aunque este científico pretenda hacerte creer que no [Something in you died]. Y no es Twitter el mundo en el que vivimos. La realidad es así [Well no, no, no, no fault of mine]. No todos los pájaros pueden quedarse congelados en el aire con las alas más quietas que las de un avión.

Es muy estúpido volver a hacer lo mismo [Make the (hell) out of what you can see] que hiciste después de que algo saliera rematadamente mal, si esperas conseguir algo mejor [Maybe then you’ll not hang beside me]. Salvo que creas que vivimos en mundos distintos [Don’t ask me ‘cause I cannot see]. Porque en Twitter no están ni la realidad ni el mundo.

A ver si consigo pasar menos tiempo allí.

[Insane eyes]

[You made me realise].


Imagen:

Insane, Jean François Tronche (2012) CC BY NC ND 2.0

Banda sonora de la entrada

My Bloody Valentine – You Made Me Realise – Official Video