Aire

No recuerdo haber limpiado nunca las sillas de la terraza con una sonrisa más boba. Ni para las barbacoas con grandes amigos y familia. El sol me atiza rumboso quitándome cosas de encima. Todo el mundo se engalana mientras me adelanto, medio mareado y enfebrecido por el esfuerzo, que lo único que me está cogiendo músculo estos días son los ojos y los dedos. Entonces dice la chica, «¿hay aceitunas?». Y me doy cuenta del lujo cotidiano que hay en esos platillos de cortesía, cuando se trata de tomarse una caña en libertad. Mañana voy a comprar un montón. Prometido. Me pasan por la mente unas nubes momentáneas. Creo que es miedo. Miro hacia arriba, para que el sol me estampe el carpe diem en el jeto. Tranquilo. Ponte el traje de salir mañana, que está siempre planchado. Nadie pensará que eres ningún bicho raro. Porque no estás en el aire.

Dicen las noticias diagonales que la calidad del aire ha mejorado. Digo yo que según de qué aire se hable. Se ha vuelto muy palpable, el aire. Sería bonito ver un cuadro del aire de ahora, pintado por Velázquez, que sabía bastante de eso. A mí el aire se me ha vuelto extraño. Supongo que a los presos les pasará algo parecido cuando salen después de cumplir su pena. Amplificado, por supuesto, como la música de la tarde, que se empezó a apagar despúes del aplauso, mientras el aire bajaba su termostato y se iba poniendo del color en el que se transforma en silencio.

Dos semanas. Mañana espero verte temprano.

Imagen: Hor Air Balloon 1, Randy Wick (2007) CC BY 2.0

Lo de Paco

La madre que te parió, Paco. ¿Dónde habías guardado eso? Cuántas veces pasamos por alto lo que de verdad suponen nuestros actos para las personas. Y el valor que, de repente, tienen algunos papeles que no se pueden guardar en los bancos. Como céntimos tirados, que retornaran impolutos con un valor que le chulearía a cualquier potosí. Esas personas previsoras son las que mantienen el universo en marcha, con sus miradas chispeantes. Porque, Paco, sigues teniendo esa mirada. No sé si será por tu fe. Pero ese rocío amable que te asoma siempre bajo las cejas, y esa sonrisa de actor de cine mudo… En fin, el rostro de la emoción contenida.

Me gustó saber de ti, más que reconocer los trazos que —luego me lo contaste— nacieron en los descansos mentales de aquel curso de educación para la voz. Los veo ahora aquí, ilustrando este texto, y un poco del niño grande que era entonces vuelve al niño pequeño que soy ahora. La voz la tengo igual de maleducada —ya la habrás escuchado—, y la buena estrella ha seguido conmigo. Giro la cabeza y puedo ver el mar. Toco la guitarra un ratito por las mañanas. Desayuno garabatos. Hago proyectos con amigos en la distancia. Escribo y leo. A veces hago pan. Trabajo en lo imposible. Veo pasar a los niños por el pasillo. Doy paseos por la luna con mi perra. Tengo amor tirado por la casa revuelta. Me lo voy encontrando por los pasillos y la escalera… Y he vuelto a saber de ti en el momento más inesperado. No sé qué puede ser la fortuna si es distinta a esto.

Espero que podamos leernos, de vez en cuando.

Gracias, Paco.

La fiesta de los mellizos

Por la tarde hubo cumpleaños. Los mellizos se rieron y posaron como los gorriones que por la mañana se asoman intrépidos a ver qué pueden robarle a Lola, que bastante bien está llevando esto del encierro para ser una perrita joven y que acaba de descubrir el poder absoluto de sus hormonas. Solemos decir los maestros —con más o menos convencimiento— que todos somos iguales, o que deberíamos serlo. Sin embargo, los mellizos son tan distintos… El chico ayer pasó mal día. Y yo, tan despistado, acabé por tomarla con él y sus trabajos. Nada que no pudiera solucionarse con unas gominolas. Porque alguien habló en Twitter de gominolas, en una cadena de esas con las que nos entretenemos a veces los adultos, con las tonterías del ingenio… Y nos sentamos, y arreglamos los problemas y corregimos los defectos. Porque para qué dejar torcido lo que tiene arreglo, y seguir dándose cabezazos de manera inconsciente con lo que sabemos que no lo tiene. ¡Ay, la voluntad! A esa si que se la tiene agarrada a algunos un virus perpetuo, y encima no les regala una ramita de romero.

Tan distintos. El nervio risueño y la tormenta contenida. Tan distintos, y tan iguales cuando se trata de no ponerse las zapatillas. La chica es una bailarina descalza. Guarda las emociones en algún lugar donde no hay zapatos. Ahora la estoy mirando. Ella lo nota, y yo sé que sabe demasiado, y que no puedo engatusarla con gominolas cuando me equivoco con ella. También sabe eso. Me compadezco del que no lo sepa. Pero veo su fragilidad, y me saca la sonrisa que me saca la música. Los miro a los tres, mientras mi mujer sueña con Google Classroom, supongo… Respeto para los docentes que habitan esta casa. Solo eso. Y unas tostadas, patatas fritas, champín, cerveza y —como no—brazo de gitano curado de alergias.

Pasó la tarde. Hizo su parte la tecnología, y acontecieron milagros de los que os hablaré —si queréis— otro día. Y ahora me siento y escribo, en el bucle de Metheny y Mays, porque ese es mi destino; desde los restos imperfectos de la fiesta, que son los que tienen que ser. 25 de marzo ya. Miércoles.

Imagen: HB, Rick Harris (2008) CC BY SA 2.0

Domingo

Para mí ha pasado una semana. A cada cual le habrá pasado su tiempo, llevará su cuenta. El tiempo es variable, menos cuando llueve, que parece que siempre esté lloviendo. Sale el sol un rato y se nos antoja un milagro. Hace falta que haga sol, mucho sol en este desierto, para que los colores cobren vida y poder tratar mejor con los muertos. La gente sigue hablando en torrentes como si de alguna manera fuera posible que les siguieran oyendo. Pero lo importante sigue siendo la luz. Con la luz se lleva mejor el silencio. Con las sonrisas y con las voces, y con los niños haciendo ruido y protestando, mirando a los mayores que hablan por la tele. Tan escasos en el arte de la ilusión, esos mayores trajeados, desnudos de ética, detrás de su rictus serio, tan incómodo y tan lejano. En cierto modo, les compadezco a todos, porque lo de salir por la tele, pues es solo un rato. Y por la noche hay que acostarse a dormir, y los recuerdos siempre le visitan a uno cuando tiene el sueño ligero.

No importa. Dadme sol. Dadme luz y dadme niños riendo y cantando. Pero sin jurados, por favor. Y si no podéis, tampoco os preocupéis. No es más que una broma consciente de la imposibilidad de la petición. No es ni una petición. Porque pediros algo a vosotros, los mayores cariacontecidos del reino… Atended a los que no os pueden pedir nada. Atendedlos a ellos. Algunos ya sabemos lo que hay que hacer. Encendemos el sol, y le damos a la máquina —ahora virtual— de las sonrisas. Porque lo hemos hecho siempre y siempre lo seguiremos haciendo. Aunque a veces, haya que venir a visitar las estancias oscuras un rato. Y dar la luz para poder ver hasta que mañana, otra vez, salga el sol. Esperemos.

Imagen: The scene for the day…, DaMongMan (2012) CC BY 2.0

Ventolera

Bate el aire de levante las telas cotidianas del cajón que forman los edificios por aquí. Tontean los toldos y las banderas, algunas de las que han llegado y las que nunca se fueron. Pienso si los bichos sabrán hacer parapente. Si verán alguna vez alegres mozas esperando su llegada a la orilla del mar al caer la tarde. La ventolera voltuptuosa lleva los polvos de viaje, al calor de un sol grisáceo pero débil. Ha de ponerse uno a su alcance para notarlo. Pero su efecto es bueno. Disminuye la hostilidad y te ancla al sitio, haciéndote prescindir de la gente por un momento. Es un calorcillo sonoro que invita a fijarse en lo que está quieto. De repente quiero ser tapia, teja, piedra, papel o tijeras. El mar, al fondo, se pelea consigo mismo, bombardeado de crestas. ¿A quién votará el mar? Porque vaya gresca. Nadie en los balcones. No es la hora. Quizás estén peleándose dentro, o quietos como lagartos que no se despeinan. El aire sigue su campaña fuera y me pregunto cuándo volveré a ver otro barco. El aire fuera. La gente dentro. El aire libre. El mundo quieto. Bate el aire de levante este cajón cotidiano. Quisiera soñar esta noche que vuelo.

Imagen: Fun weather and strog winds, Laurie Boyle (2018) CC BY SA 2.0

La salida

Dicen que no hay que salir, pero salí de nuevo hoy. Las nubes grises paseaban libres, y las mascarillas proliferaban en variedades primaverales. Aparqué mal y al fin encontré ajos en la tienda del moro. Había un tipo en la tienda y dábamos vueltas a la isla de verduras como si nos estuviéramos intentando robar las carteras al descuido. El dueño salió de la tienda con su braga negra y sus guantes de fregar amarillos. Era el momento del té y el cigarro al lado de la furgoneta. Le contaba algo a mi presunta víctima de hurto, entre traguitos y caladas. Parecía un rajá deteniendo nuestro tiempo. Yo pensaba en el coche mal aparcado. Llegó una señora pelada a comprar dos alcachofas. Quiso colarse, pero tosí y se apartó.

A la entrada del estanco había instrucciones hechas con Word. Los niños están entretenidos en sus casas. Las estanterías están medio vacías también aquí, porque nos sigue gustando jugar a morirnos poco a poco, supongo. Cuando salgo de nuevo, miro un momento mi coche, otra vez mal aparcado, y reparo en la farmacia. ¿Hará falta algo? Mejunje para visitantes inesperados, pastillas normales y gel milagroso para las manos. No está todo, correcto. Es difícil entender a la gente hablar con estas modas faciales que ha traído marzo. Las nubes siguen arriba sin necesitar nada. Menudo cambio climático.

Última parada, el supermercado. El ambiente es algo marcial. La mochila pita al pasar el pórtico, y el jefe de la cofradía me da instrucciones. Me dejo hacer mientras la guardan en un armario. Los trabajadores parecen una banda que quisiera atracar su propio negocio. No sé por qué todavía no les hemos puesto un aplauso. Cojo los productos al vuelo, alegrándome de poder llevarme por fin algo fresco. Salgo volando. Levanto la vista hacia el cielo y siento una envidia tremenda de las nubes. A ver si por lo menos llueve en condiciones, como le gustaba a Travis.

Estar en otra parte

Nuestro ahora es siempre un cúmulo de conexiones internas y pensamientos que se transforman en palabras, para viajar al exterior y traerse de vuelta otras conexiones, palabras y pensamientos, que al principio no son nuestros, pero que pasan a formar parte de la corriente interna que nos mantiene vivos. Este ahora nuestro se desplaza con los otros ahoras que hay por todas partes —incontables e infinitos, a cada segundo, como granos de trigo en un tablero de ajedrez—, y en este viaje continuo van generando alguna especie de orden a partir de las posiciones que adoptamos en nuestras rutas personales. Sin embargo, a veces estamos en un ahora pero estamos en otro. Y no me refiero a pensarlo, sentirlo o creerlo, sino a verdaderamente estar en otro ahora, justamente lo que sucede en la actualidad.

Ante el panorama de la actual pandemia, vamos a necesitar que para nuestro ahora común, muchas personas tengan que encerrarse en sus ahoras y limitar sus movimientos, con la confianza en que todos haremos lo mismo. Pero lo fundamental es que surjan muchas personas —cuantas más mejor— que sean capaces de, estando aquí, estar en ese ahora que no conocemos y que puede configurar nuestro futuro más cercano y, quién sabe, abrir las puertas a una nueva forma de organizarnos socialmente y aprender a vivir ateniendo a otras claves, códigos y valores que pongan de una forma más lógica y humana nuestros ahoras en contacto.

La tecnología va a estar en ese ahora, de una forma distinta a la que venimos usándola a nivel global. Quizás de una forma más seria. Quizás de una forma en la que su tiempo de uso se nos vuelva más productivo. O quizás de una forma que nos permita retornar a esos espacios que hemos desocupado, para descargar la presión con la que este tipo de situaciones, como la que estamos atravesando, aplasta a las grandes urbes a escala mundial.

No sabemos lo que va a pasar. Lo único cierto es que si queremos ir a otro lugar, vamos a necesitar a todas esas personas cuya mente y cosmovisión se encuentra, justo ahora, en otra parte.

Imagen: minding their businesses, Vincent WR (2019) CC BY NC ND 2.0