77 días

[Hay cosas que no se pueden contar. Y no es porque sean secretas. Es porque no se pueden contar bien, y las palabras no les hacen justicia. En estos casos, todo lo diferido se disfraza de mil y una maneras que hacen que, al final, sea preferible el recuerdo que permanecerá indeleble sin más requisito que el de tratar de evocarlo para, prácticamente siempre, resultar mejor, más bello y más cierto. Quizá por eso es importante, también, tratar de contarlas.]

Hace 77 días estaba aquí sentado. No recuerdo lo que estaba haciendo, pero estaba aquí sentado evadiéndome. Mi hermano me llamó por teléfono. Algo no estaba bien con su pareja. Mejor, algo estaba muy mal con ella. Le había tocado una complicadísima lotería de moda, pero en versión jodida, porque no tenía nombre de virus… tenía nombre de vacuna. Ojalá todo hubiera sido tan fácil, pienso ahora, como decir ¡múuuuuu!… Las sucesivas comunicaciones nos fueron pasando por encima como una estampida de incredulidad e incomprensión.

[El silencio. Cómo pesa el silencio después de algunas llamadas de teléfono.]

Había toque de queda todavía. Ni la amenaza nos hizo abandonar nuestro deber ciudadano (una puta absurdidad). Cuando llegamos mi hermana y yo, todavía era de noche. Mi hermano parecía un fugitivo. Odio la costa oeste, aunque quizá ahora tenga que empezar a amarla, porque haya aprendido algo de todo lo que ha pasado en estos 77 días. En un hospital a medio hacer estaba ella, a medio morirse. Tenía ganas de tener una escopeta y matar a las gaviotas que anunciaban lluvia. Pasó un rato de esos de saber poco, salvo que no puedes hacer nada. Nos fuimos a tratar de hacer algo, para luego volver a ver si podíamos saber más sobre cómo no poder hacer nada. Mientras tanto llovía, y fue llegando más gente para ver si podíamos hacer más de nada, que siempre es algo y, al menos, reconforta. Mojarse siempre reconforta.

[A veces cuando estás cagando te llevas unos sustos tremendos. Otras veces cuando estás paseando encuentras el verdadero sentido de pasear, que es que toda esa gente desaparezca y te deje pasear tranquilo, que es lo que necesitas.]

Los hospitales son un horror, pero cuando parece que están vacíos son todavía peores. Cuando no sabes nada, son una conspiración. Cuando sabes lo que pasa, un templo de salvación. Pasa la gente contando sus historias, intercambias miradas (mucho más significativas en este tiempo de mascarillas). Que se tenía que quedar. Que nos teníamos que ír.

[Mantienes el tipo algunos días, pero conforme pasa el tiempo la incertidumbre te va reconcomiendo. Da igual que no vayas buscando culpables, porque lo que más jode de saber que la vida hace sus planes es que, para demostrártelo, se ponga a hacerlos con la gente que quieres cuando no es el maldito momento.]

Pasaban los días. Personalmente, me fui poniendo en lo peor. ¿Cómo le iban a sacar lo que le habían metido? Hombre de poca fe: como a Keith Richards (eso ya fue cuando comenzó la gira hacia el siguiente hospital, siempre rodeada de profesionales competentes, qué duda cabe, máximo respeto, máximo agradecimiento). Emocionalmente los días eran como un ascensor chiflado con puerta giratoria — demos descanso a las manidas montañas rusas—. Mi hermano, fortísimo. Con cuarentena incluída, el cabrón… Y la chica que decidió desconectarse (el cuerpo humano es sabio). Ella se zambulló en su tiempo de lucha y nosotros nos quedamos en el nuestro, de esperanza… Y así pudo empezar a salir adelante, con interludios cojonudos que no mencionaré, pero que solo demuestran que empeñarse en vivir, sin ser infalible, es mejor que empeñarse en morir.

[Cuando hablas del tiempo con personas que han estado tantos días viviendo en otra parte, se te pone una cara de tonto que no sé por qué no hay exposiciones fotográficas sobre ello. Sobre nuestras caras estúpidas, quiero decir, las de los que nos quedamos por aquí esperando a que vuelvan.]

Supongo que soy agnóstico. Sin embargo, tengo que reconocer que me reconfortó mucho saber que alguien rezaba en la selva brasileña por ella. Alguien que sé que se ha alegrado mucho de que, después de estos 77 días, la historia haya terminado bien. Alguien que ni la conoce. Alguien que siempre ha tenido y siempre tendrá toda mi admiración. Alguien a quien abrazaré con tanta fuerza la próxima vez que nos veamos como he abrazado hoy a mi hermano y a la Chusa.

Sobre todas las gilipolleces que he leído y escuchado en estos 77 días acerca de todos los temas tangenciales que pudieran aplicar a esta historia no os voy a hablar. Pero sí que me voy a permitir el lujo de daros un consejo: no os paséis la vida buscando culpables. Vivid vuestra vida, por puta, trivial o maravillosa que os parezca. Porque no vais a tener otra. A la Chusa, afortunadamente, le han tocado dos sorteos seguidos, de los dificilísimos. Quizá sea porque vive y deja vivir, y la vida se haya dado cuenta.

Imagen:

Life, de Pat Guiney (2009) CC-BY 2.0

Banda sonora de la entrada:

Khruangbin @ Villain | Pitchfork Live (Tan maravillosos, que no me dejaban escribir nada con ellos, hasta hoy…)