El simulacro escolar

Tradicionalmente siempre se ha dicho aquello de que cada maestrillo tiene su librillo, a lo que habría que añadir que una vez que alcanza una cierta maestría en su maestrazgo quizás llega el momento de conocer otros librillos o de convertirse en rumiantes de los pasillos y las redes. Si nos decidimos positivamente, surgen las libertades de lectura y de relectura, los planes personalizados y las profecías alfabetizadas compartidas por nuestros allegados y compatriotas de profesión. Pero por simplificar, os contaré lo que hago yo: no atiborrarme y leer libros que no tienen por qué estar directamente conectados con la educación. La lectura tiene una cosa muy buena que sigue resistiendo al paso del tiempo, y es que por mucho que corran las modas y el pensamiento te permite instalarte en cualquier época y encontrar conexiones entre tesis, acontecimientos, hechos, personajes e historias; entre lo que desconocíamos y lo que creemos que sabemos. Y tiene otra cosa que es mejor todavía: cuando leemos estamos calladitos y escuchando.

Jean Baudrillard fue un filósofo, sociólogo y escritor francés al que no recuerdo ahora mismo cómo llegué, pero al que me gusta escuchar tanto por lo que dice como por la manera en la que lo dice. Para mí tiene un poco de poeta, otro poco de prestidigitador y un poso de tragedia objetiva tranquila que nos lleva más allá de la realidad -subiendo la escalera de Wittgenstein, hacia la izquierda, creo-, entrando en el territorio de una hiperrealidad en la que el prefijo nos recuerda a otro sinfin de postmodernidades actuales o incipientes que tienen como catalizadores la globalización, la tecnología y las grandes incertidumbres que generan en tantos ámbitos. Por supuesto, la escuela no queda al margen de todo ello y de hecho vamos a conectarla con un extracto de su libro «Cultura y simulacro»,(1978) que dice así:

Lo que disimula la escuela

De un modo u otro parece claro que la institución escolar disimula muy bien algunos de sus problemas mientras pequeños sectores de cada una de las capas que componen la cebolla educativa se limpian las lágrimas y tratan de adaptarse a los tiempos y a las necesidades de los individuos, las sociedades y las maquinarias económicas. Cuando parece que estamos a punto de salir del universo de las competencias para ir no se sabe muy bien dónde, la inercia hace que este disimular se aproxime cada vez más peligrosamente a la simulación. Pero no vamos a correr tanto, ni siquiera si estuviera dándose ya el caso a mayor o menor escala, desde las programaciones, las evaluaciones internacionales de sistemas educativos o cualquier otro constructo que no fuera realmente como lo presentamos en la cara A de nuestro marketing educativo.

Disimular es a veces una cuestión de supervivencia. Hay que ganar tiempo para revertir situaciones, indicadores y transformar contextos. Un gran choque anímico y existencial que tenemos los docentes creo que proviene justamente de ahí, de que queremos ir tan rápido como van la tecnología y el debate sobre la sostenibilidad de los ecosistemas económicos y naturales para poder hacer posible la transformación de unos entornos y personas que no son máquinas; que no pueden tener una respuesta tan vertiginosa y adaptada como imaginamos o deseamos. Puede que lo disimulemos muy bien, pero supongo que a veces se nos nota. Bastaría para ello consultar una parte del documento publicado por PwC bajo el título Workforce of the future.The competing forces shaping 2030 ¿Están las instituciones educativas trabajando en alguna dirección que se parezca a la que se entrevé en las siguientes respuestas?

Dando por hecho que nos falta mucha información sobre la muestra de esta encuesta y reconociendo que a los números se les puede hacer decir lo que se quiera, lo cierto es que en las escuelas trabajamos un gran número de competencias que se asocian con los ítems presentes en este gráfico. ¿O no? Es más: todos quisiéramos que nuestros hijos tuvieran adaptabilidad y resiliencia, estuvieran capacitados para resolver problemas y  trabajar colaborativamente, hicieran gala de una inteligencia emocional balanceada que les permitiera ser asertivos y compasivos, etc… ¿O no? Independientemente de que las personas acaben desempeñando unos trabajos u otros -y no hablo de pluriempleo sino de desarrollo profesional a lo largo de la vida-, ¿no estamos ante una serie de destrezas que quisiéramos que las personas tuvieran para enfrentarse a los grandes retos individuales y colectivos de las próximas décadas? La escuela como cebolla educativa e hipermediática, con todas sus capas y nodos, puede asumir su responsabilidad en la impresión que causa en la realidad o seguir disimulando, que no es negativo en sí mismo si se dirige a obtener ese tiempo que es necesario para que los vectores del cambio encuentren direcciones y sentidos para las personas. Porque como docentes nos preocupa, no piensen que no. Que las personas encuentren direcciones y sentidos para sus vidas es lo que más nos preocupa.

¿Y si estuviéramos simulando?

Que la escuela se encontrara viviendo en ese mundo paralelo que a veces le atribuímos sería casi como reconocer una de las paradojas más hilarantes sobre la que escribió Baudrillard, al hilo de la hiperrealidad, cuando asumía que Disneylandia era más real que los EEUU («Disneylandia se halla ahí para ocultar que todo el país ‘real’, todo el Estados Unidos ‘real’ es Disneylandia»). Tranquilos. La docencia no está simulando. La escuela no es un parking para infantes. No está en red para figurar y para vender libros. Incentiva que sus profesionales se desarrollen. No tiene un horario de nueve a dos del que se desconecta al traspasar sus límites físicos. El profesorado no prueba nuevas metodologías porque sean la moda y le ayuden a tener más presencia social en red. No habla mal de los compañeros, ni los categoriza. La escuela es diversa y abierta. No es un parque de atracciones sino una institución necesaria, seria, histórica y comprometida con su esencia como motor de progreso y construccion de un futuro mejor para la humanidad.

Hagámonos la pregunta. ¿Estará una parte de la escuela fingiendo tener algo que no tiene mientras que la otra parte disimula sus problemas y lucha para seguir hacia delante? ¿Cuántos nos creemos nuestro trabajo? No digo el de Pepe, el de Teresa… Digo el nuestro, el tuyo ¿Tú te crees tu trabajo? Porque lo que creas y transmitas es lo más importante y puede marcar mucho la diferencia. Y esto, al fin, es lo más real de todo.

 

Recortes:
«Cultura y simulacro», J.Baudrillard (1978). p. 8 (Capturado en Scribd) Ed. Kairós, Barcelona (1978)
Workforce of the future. The competing forces shaping 2030. (PDF p.35) PwC (2017)