The Eddy: si no te gusta el jazz, ni te acerques

Se llega a The Eddy (Netflix) como se llega a los sitios especiales. Una compañera de aventuras creativas me la recomendaba en Twitter hace unos días tras leer la reseña de la serie en Cinemanía, más concretamente estas líneas: «La idea era trasladar el dinamismo y la velocidad del cambio de la música jazz a la puesta en escena de la acción. El asesinato de un corredor de apuestas chino (1976), de John Cassavetes con Ben Gazzara como el propietario de un club nocturno en apuros, muy en la línea de lo que le ocurre al personaje de André Holland, fue una de las inspiraciones directas al hacer The Eddy.» ¿Qué podía salir mal? Nada. Absolutamente nada podía salir mal.

[Spoilers coming]

Empecé a verla y me acordé del arranque de Shadows —ahora también tengo pendiente The killing of a chinese bookie—, energía, cámara libre, cambios de luz y un plano secuencia que te ubica a ritmo de buen jazz en el meollo del asunto. The Eddy va de música y emociones, personajes que no pueden vivir sin música, personajes con cuentas pendientes consigo mismos, personajes contradictorios, emotivos y que tienen en común una vida construida alrededor de la música y el jazz. Eso, y muy pocas concesiones al gran público (no hay un momento verdaderamente ñoño hasta el capítulo séptimo, y es bonito, no ñoño)… El gran público… ¿Qué demonios será eso de «el gran público»?

Esta tarde, la otra tarde, hace varias tardes, leía algunas críticas sobre la serie destacando esta parte en el debe del director de los dos primeros episodios, Damien Chazelle. Una ventaja para mí no esperar nada de él, porque no he visto ninguna de sus famosas películas. No tengo que esperar nada de Chazelle…¿Por qué esperáis cosas de Chazelle? Los asuntos del gran público. El foro romano. Telésforo Romano. Bah. También se apunta en algunos sitios a la endeblez del guion de Jack Thorne… No sé. Le preguntaremos a Jack Thorne. Mientras tanto, y sin ser guionista, en mi opinión el desarrollo de la serie se construye a partir de los personajes, y el ritmo se desarrolla a partir de la música, el uso de la cámara y el ofrecimiento de la información justa entre personajes que se relacionan de una forma natural, como si no estuvieran comprometidos con el cometido de hacer que el espectador tuviera que seguir un camino predeterminado. ¡Si sólo tenéis que mirar y escuchar, gandules! ¿No veis que están nada más que viviendo? Simplemente están viviendo, y no se dedica uno a contarle a todo quisqui su vida mientras está viviendo. O le cuenta lo que a uno le parece. Qué obsesión con querer saberlo todo siempre. ¿Qué más queréis? ¿Que la cámara no se mueva? ¿Que no salgan fumando porros? ¿Más sexo? Sexo… Esto está muy bien tratado, hay mucha sensualidad. Mucha, mucha, mucha. Pero hay cero coma tres de sexo, y tabaquito y alcohol, pero sin ánimo epatante ni moralizante. ¡El protagonista es el jazz, idiotas!

Los momentos más cristalinos de la serie son los momentos musicales, y están magistralmente integrados en muchas secuencias memorables (hay una de una bronca, que es ma-ra-vi-llo-sa), como casi todas las que se desarrollan en el club cuando la banda está haciendo lo suyo por la noche. Se siente uno en el club como en casa. Elliot se bebe su whisky, Maja canta, la banda flota entre la luz y la oscuridad y en ese momento todo encaja perfectamente en el universo. En el otro extremo, el trabajo de cámara es estupendo en muchos otros lances más sórdidos, como el asesinato de Farid. Tú estás allí, pero puedes estar tranquilo, porque no va a aparecer Jorge Javier tirándose un pedo discursivo.

Nada. Si os gustan el jazz y el callejeo por París (está rodada principalmente en el 20 arrondissement), que la disfrutéis. Ojalá haya más episodios de la banda de Elliot Udo. Ya saben, udo, udo, udo… el jazz es cojonudo.

Imagen: Belleville, Rue de l´Orillon. Jaques Paquier (2020) CC BY 2.0