Poéticas: la mano derecha (VII)

Aprendí el nombre de los pájaros

 obligándome a recordar

cómo recuerdan los locos, 

entre nervios de espuma blanca y miradas temerosas 

que  siempre se apartan del fuego,

 buscando vestigios de luz

 entre los troncos demudados

y el vapor ondulante de las hojas podridas.

Busqué hasta quedarme sin nada,

borracho de fe y exabruptos divertidos, 

fascinado con las repeticiones de mis diarios,

  secuencias obsesivas de dolores tolerados,

compota cotidiana con tostadas de cerebro

y resortes

 chorreando por los muros de las cuevas curvas.

Cambié mil veces de dirección

 sin dejar que me vieran salir de los márgenes.

 En los bosques vestidos de negras mantas, 

 los recodos quebrados de los caminos,

dentro de habitaciones silenciosas por el frío…

 Asesiné a reyes, 

violé a doncellas

 y admiré hasta la muerte las acciones más triviales

de todos los olvidados del mundo.

Desnudé mi alma 

ante vuestros incomprensibles espejos,

dejándoos con el rostro estupefacto

 de los que descubren tarde

 la magia molecular del mundo.

Ya no tengo lado salvaje.

Salvo si pretendéis venir

 cargados de prejuicios

 para ajusticiarme.

©

Imagen: Red Right Hand_Dave Wild (2019) CC BY NC 2.0

Poéticas: el confín (I)


Vuélvese el hombre hacia sus mitos,

amanerado y medroso astracán,

vomita quedo su decepción

al encontrar imperfecta

la misma carne de siempre

vestida de esputos  y bajeza.

La mortalidad al fin abandona

el patrimonio de los vampiros,

soldados de guerras cotidianas,

desbordados de experiencia

y especialidades muertas

se recuerdan mutuamente

el deber de morir

con dignidad.

Y tanto nos apena vuestra marcha

que levantamos tótems e idearios,

porque vuestra plana ausencia

en tal modo nos castiga

que llenos de orgullo y prejuicio

sacudimos nerviosas las manos

sobando líneas de tiempo

hasta alcanzar el orgasmo.

No nos hacen ya falta más orates,

ni más oscuros augurios se precisan.

Consumados en la hecatumba

Y esculpida la cotidiana bosta

ni siquiera somos capaces

de admirar nuestra sepultura…

¿adónde marchará lo bueno

siempre cubierto de pústulas?

Vuélvese el hombre turbado,

falaz hacia su parentela,

reconoce unos cuerpos extraños,

frentes trianguladas

y chorreantes mareas…

Qué pueda quedar  ya

por aniquilar

entre los bausanes erectos

que se dan matarile en silencio…

Hasta Bruto nos envidia

desde el fondo del averno.