La sustancia negativa

Hace muchos días que tenía este título puesto para escribir una entrada sobre la negatividad y sus efectos en los procesos cotidianos. Ahora que parece que me decido a abordarla me doy cuenta de que no es hoy un día especialmente negativo para mí -en absoluto-, pero reconozco que sí ha habido altibajos últimamente. Fruslerías grises. Idioteces con canas. Atasquitos y morralla. Y han merecido la pena, como cantaba Jota en singular.

Dice la Wikipedia, sobre el sesgo de negatividad y sobre el concepto de diferenciación negativa, que «la investigación indica que el vocabulario negativo es más rico describiendo experiencias afectivas que el positivo» (Guido Peeters, 1971), lo que tampoco debería resultar sorprendente, aunque normalmente optemos por la supervivencia en lugar de por escribir poemas y canciones para aprovecharnos de ello. La gente triste llama nuestra atención, y a la gente feliz le deseamos que esté triste, que se tuerza un pie o, simplemente, pensamos que nos lo toca con su lozano equilibrio impostado. La de agujeros que habría en la historia del arte si todo hubiera sido positividad. Qué habría sido de The Cure si todo hubiesen sido enamoramientos los viernes.

Los días bajos

He conseguido llegar hasta aquí, que es bastante más de lo que tenía cuando empecé con esta idea. Ahora es temprano, jueves, y esta mañana he pensado que el ser humano pierde la fe cuando tiene que madrugar sin un motivo egoísta. Mientras me lavaba los dientes, he notado que habría que ser bastante imbécil para, siendo egoísta, levantarte de la cama. Un egoísta puro se queda acostado en la cama, tan pancho, si importar lo que haya que hacer. Pero en lugar de eso, nos echamos a la carretera con nuestro rictus  tratando de meter segunda. Y esta es la verdadera razón que siempre hemos querido saber sobre cómo se generan los atascos (no lean el artículo enlazado porque es mentira; la verdad les acaba de ser revelada hace unos renglones).

Una vez alguien contaba alrededor de unas copas de vino que su abuelo republicano un buen día decidió quedarse metido en la cama para siempre. No estaba enfermo. No estaba triste. ¿Le daría una ataque de lucidez? Quién sabe. Creo que lo único cierto de aquel episodio fueron las copas de vino y que, a lo mejor, el abuelo o la nieta habían visto alguna película de Michel Piccoli que les había causado jonda impresión. Cuando no tiene uno una vida interesante, la mejor forma de llamar la atención es inventársela y, desde luego, cuando se trata de encontrar una razón para salir de la cama por la mañana rige exactamente la misma regla.

Hipótesis

No sé de qué estamos hechos. Supongo que de elementos que se rigen por cuestiones cualitativas y cuantitativas. No sé si un dedo sigue siendo parte de mi yo aunque me lo arranque un cocodrilo. Parece que le pertenece en cualquier caso a mi cerebro, independientemente de donde el dedo esté, transformado en colágeno o lo que sea que necesiten los reptiles para mantener el cutis fantástico pese a las turbiedades fluviales.

Puede que los cuerpos y las mentes no sean más que mezclas variables de sustancias positivas y negativas, que en último término parece lo más lógico para que la existencia se desarrolle de manera equilibrada, entre desequilibrio y desequilibrio, entre pamplina y ladrido, entre orgasmo y depresión. Encuentra, pues, tu sustancia negativa y aprende de ella, porque irá siempre contigo. Es parte de ti.

Imagen: Mask of negativity, by Bart (2009) CC BY NC 2.0