Las redes y los años

No sé si son las redes o los años. Pero me sorprendo muchas veces al cabo del día diciéndome: «Cállate ya, imbécil». Y, entonces, cuando tengo ganas de hablarme, escribo. No es sencillo, porque cuando me acabo de levantar resulta un poco absurdo hablar conmigo mismo sin tener el tiempo —que no la distancia— para poder simplemente cerrar el pico y ponerme a escribir aprovechando las ventajas que nos ofrece la tecnología. Aunque lo cierto es que no lo he probado de manera metódica, a la manera en que se prueban los desayunos sanos, las apps-de-fitness en-siete-minutos y los abdominales amigables en series poco extenuantes. Los años.

Voy dejando retazos de conversaciones conmigo mismo por ahí, de manera bastante alejada de lo que pudiera constituir un plan —lo que resulta fatal para cualquier intento serio de pescar un pez en cualquier lugar que no sea un vivero—, y me lío un cigarrillo cuando puedo, en un acto cada vez más verdaderamente underground fuera del mundo pustuloso y atontado en el que vivimos (la pretensión del otro no basta). Que igual está pasando una vieja con enfisema pulmonar y carrito por la cuadra de al lado y el viento sopla en esa negra dirección que puede abocarla a la muerte por efecto del humo del tabaco Pueblo (mi paradójica marca favorita). Vivir pensando en lo que me dirían en Twitter cuando esa viejita maldita por la enfermedad muriera… Qué responsabilidad… El trauma del clic. No me jodas. Las redes.

Estoy muy concentrado en vivir. Muy concentrado en ello. Vivo procurando estar siempre en el filo del acantilado de la belleza. Cuando tengo la lucidez para apreciar a los que quedarán del otro lado, es cuando siento en toda su magnitud mi capacidad para amar, que me parecería falsa en cuanto me apartara del abismo. Amo, pues, a pasitos cortos hacia el lado contrario del vacío, pero sin poder prescindir de él. Cuando pretendo ser recto y correcto, la mentira se me cuela por debajo de los sobacos y hace que me estire (antichepa). Entonces, da igual lo que esté sucediendo , porque ninguna importancia tiene. Esto es complicado de vivir en situaciones más o menos importantes, pero no deja de ser ciertamente irónico. Los años.

Solo estoy tranquilo y en silencio cuando duermo. Me tomo muy en serio lo de dormir. Me lo he tomado en serio toda mi vida. Muy en serio. Cuando el azar hizo que saliera del horario estándar y que, nada casualmente, aumentaran mis lecturas vampíricas y capitales, aprecié como ninguna cosa mis horas de sueño. El abismo ya estaba allí. Y era precioso. Aún era joven y tenía mucho años que vivir. Muchas aventuras que emprender. Muchas canciones que escuchar. Muchos libros que leer. Ni era Barrett, ni era Morrison, ni era Hendrix, ni era Verlaine, ni era Camus, ni era Dean, ni era Dostoievski (hey…)… Los años.

Y todo podría haber sido más sencillo si estuviera siempre callado, siempre dormido. Pero tampoco le vamos a hacer ascos a la tecnología. A lo mejor sirve para que la gente encuentre su abismo y pueda vivir amando a pasitos cortos, hacia el lado contrario del abismo (esto debe quedar claro), los pasitos cortos se dan hacia el otro lado,no vaya a ser que me acaben denunciando por ahí, que bastante tengo con ese tipo que no se calla y esos miles de personas rectísimas que se pasan el día y la noche (recuerden dormir bien, en cualquier caso) dedicándose a vivir en las redes, esto es, dando pasos en la dirección equivocada.

Los años, de un modo u otro, siempre caminan en la dirección correcta, adonde quiera que lleve. Las redes, pues son eso, trampas.

Imagen:

Abyss, Jonathan Reyes (2012) CC BY NC 2.0

Banda sonora de la entrada:

Resident 524 de Hernan Cattaneo (concretamente, los dos primeros temas en bucle, de Vandelor y Enigmatic. Enlaces a los DJs, acá)