Banderas intercambiables

La aventura empresarial-teatral de Antonio Banderas en Málaga parece que llegó al fin a buen puerto, hecho no demasiado extraño teniendo en cuenta la cierta proximidad que hay entre el Palmeral de las Sorpresas y la calle donde se ubica el pronto irreconocible -al menos físicamente- Teatro Alameda. Barcelona queda un poco más lejos, en diversos planos, pero al menos puede decirse que se terminan meses y meses de vicisitudes, declaraciones, despechos, repechos y quién sabe si golpes de pecho en la pequeña china. Pero qué diablos, viva el capitalismo, coño.

Con todo, la ciudad de Málaga como ente turístico no puede más que estar de enhorabuena. Los amantes del tren, el barco y el entretenimiento, también deben de estar felicísimos. Aunque sin lugar a dudas la persona más feliz por el desenlace es el malagueño medio, siempre atento a que sus conciudadanos más pudientes puedan acabar saliéndose con la suya, máxime si es en nombre del arte. Suele decir Félix de Azúa que el arte ya ha hecho y dicho todo lo que tenía que hacer y decir. Por lo que es absolutamente legítimo que sirva para lo que ha quedado, que es amasar pasta. E insisto, para que quede bien patente: viva el capitalismo, coño.

Lo que queda un poco fuera de lugar es hablar de ruinas y romanticismo, porque entonces conseguimos el efecto contrario al que estamos buscando. Salvo que las ciudades, el arte, la cultura, la belleza y las banderas que vamos enarbolando a lo largo de nuestras vidas se estén pretendiendo hacer pasar por realidades que nada tienen que ver con el dinero. Que es precisamente lo que debe hacer que, todos juntos, gritemos hasta que se oiga en la subida a San Cristóbal: viva-el-capitalismo, coño.

Imagen: Lentini-Manfria Group_Phlyax scene: a master and his slave. Side A from a Silician red-figured calyx-krater, ca. 350 BC–340 BC_ Louvre Museum (Paris)_© Marie-Lan Nguyen / Wikimedia Commons CC BY 3.0