Ahora que vuelve a haber elecciones, de puro aburrimiento lecciones, y elecciones en las que nada se elige, por más que se repitan y —retrojuvenilmente— se empapelen, y se jacten y se truequen y retuerzan los dos argumentitos básicos del bobalicón (recordemos, la utopía, también, el tercero, el cuarto… ¡tanto por volver a inventar!…) en referencia a echar papeletas en sitios, a saber: el one, todos los políticos no son iguales. El two, si no votas, no tienes derecho a quejarte. Claro. Todo porque lo digáis vosotros, bobalicones del one, del two y de la utopía. Los que todavía no se han enterado de que cuando todo es algo, es cuando empiezan a echarte en el plato el todo es nada (nada en el plato, por supuesto, nadda de nadda, para deleitarnos con la visión del loco comiéndose el vacío mientras disfruta de his satisfaction at leaving your plate clean, like a star stuck on the horizon)… Sí sí sí. Todos los políticos no son iguales. Ajá, vale, vale, linces. ¡Oh, oh! Doctores en tantísima cosa… Correctos y colorrectales. Ahí también. Nada de derechos a la queja, muy fino. Como en todo, puede que hace dos mil años fuera lo más grande eso de votar, y ahora nos tenemos que felicitar de manera notable por habernos dado esta democracia a nosotros mismos, aunque las más de las veces nos la estemos pasando de unas manos a otras como si fueran las latas de cerveza calientes que van quedando ahorcadas en un six-pack-rings, porque nadie las quiere. Ni que decir tiene que las birras frescas siempre se las toman los presidentes y los partidos, gobiernen o no, ya viven (qué vida). O sea, que al final si podría ser hasta medio verdad que no son iguales todos los políticos (unos gobiernan y otros no)… pero ya ven que les tomo el pelo de manera plena. Hagan ustedes lo que quieran. Hay gente para todo, y para todo tiene que haberla. Hay creencias para todos. Yo les aconsejo que crean en algo, pero sin pasarse, ¿ehps?, que luego vamos por ahí recortando derechos en nombre de la democracia. Menudos sastres, de la escuela de Jean-Paul.
Direccionalidad y sentido
Esta es la parte sencilla y, si cabe, científica, de cientifismo político, de ciencia social, hoy en día ideología y, por costumbre de caerse por las chorraeras, al fin cencia, guiada por el muy antiguo método del asalto a los cielos (el vuelo del pícaro), que es como el método científico pero texturizado como un tierno señor con barba, ojos de padre que bebe demasiado y quizá en sus más grandes horas se dedicaba a contemplar arrobado los pliegues enguarrados de los vestidos femeninos…¡Ay, Carlos; ay, Charles; ay, Carles y Karl… que los opios de los pueblos en su gloria os tengan! Pero sí. Esta es la parte sencilla… Anotad: con independencia de la direccionalidad y sentido de vuestro voto, presidentes y partidos (gobiernen o no) vivirán con un cierto desahogo y, quién sabe —yo todavía lo dudo…— si bastante más tranquilos que… oh, sí, los bobalicones de la Triada Utópico Democrática. Caso práctico muy reciente: gana Illa, pierde Junts, pierde la CUP, suma Sumandos, resta Restandos…¡Bah! ¡Ganan todos, salvo los que no consiguen escaño, que deben intentar volver a aprender a vivir con menos! [Ya no es sólo del dinero, que es algo para gente zafia, dicen… Es la moral, la gran riqueza actual del político… «la moral es él»… Está muy bien, sí…]
Sentido
Si tuviéramos que determinar si, en relación con el votar, hay mucho, regular o poco, habría que acudir a la posibilidad de discernir entre lo que es verdadero o es falso (o medio-verdad, por tanto, medio-falsedad). ¿Hay sentido, pues, en las cosas del votar? Puede haberlo, pero hay personas para las que el paso del tiempo se lo va quitando. Ahí ya apelo al agradecimiento que tengo, eterno, con todos ustedes, añadiendo que:
Puede que su sentido no sea para mí más que un sinsentido (o a la inversa), sin que ninguno seamos autistas, por ejemplo. En este punto, ¿resultaría más democrático e inclusivo usted (que hace distinciones entre lobos, y apoya recortes a mis derechos), o yo que lo que quiero es que vea la luz y, si no, me deje en paz con mis certezas y mis derechos —advertencia: cuidado con a qué llama usted sus certezas, no vayan a ser más que servidumbres…). Por tanto y por supuesto: magnífico, vote lo que quiera, pero déjeme en paz con su cháchara intrascendente. Vote si es joven, o familia mía, si tiene una creencia en lo que a votar se refiere… pero déjeme en paz. A qué poderes tan poco inefables dedican a veces las personas todas sus vidas.
El sentido o la sentida
En el EMO World que nos hemos dado (esto del darnos cosas, jejeje….) no podían faltar los sentidos y sentidas del voto, los campañitas y las campañitas, los y las de las sonrisitas siniestras y el impostado apocamiento curimonjil. Desatados en la victoria y contritos en la derrota (que no es derrota en la inmensa mayoría de las ocasiones, sino resurrección, quizás a veces abandonan el escaño para ir a un lugar mejor…), del champán al baile, y de los chóferes a volver a ir en el coche de San Fernando. Claro, que se cabrean cuando no votas. Tienen que cabrearse por fuerza, sobre todo porque cuando uno empieza a tener que venderse a plazos para poder sobrevivir en el escenario político, acaba por venderse por completo y sin siquiera respeto por su carcasa. Porque lo importante no es que te respeten —que también—, lo importante es que te respetes tú a ti mismo. Por esa falta de autorrespeto es por donde se va todo derechito al arbañal de las miradas reconcentradas-y-un-amago-circunspectas de todos esos artistas de la comunicación —antes conocidos como periodistas—, constructores de «Relato de respeto» (coproducido con fondos europeos), en las mejores salas, en los mejores póscas, en OCATHX, con su filtro antibulos, etc… Más sentidos todos que Dorian Gray, sí. Sentidísimos. A votar y a callar.
Imagen: Bored, Maggie Jones (2010) Paul Day sculpture. Dominio público.