La gran paradoja del sicomoro

La reciente alegría con la que se ha presentado el definitivo despertar de la computación cuántica da para muchas elucubraciones y visiones sobre el futuro más o menos cercano. Me acuerdo un poco de Alan Turing y de lo mucho que hubiera podido contribuir y disfrutar con lo que ha terminado de comenzar a pasar. 65 años hace que murió. No hubiera vivido tanto como para haber podido conocer a Sycamore (el nombre se lo puso un fan de Chiquito de la Calzada de Goleta, California), pero a buen seguro podría haber ayudado a reducir los tiempos en el desarrollo de esta tecnología gracias a sus incontestables cualidades intelectuales y científicas. Espero que lo absolutamente nada que sé sobre Matemáticas pueda dar un valor especial a estas últimas palabras, como es justo y necesario.

Escandemore, juega en una liga avanzada en lo que a ordenadores se refiere. Su estrafalario aspecto de bombilla gigante con casquillo de ojo de buey, que la aproxima más a un artefacto plástico de vanguardia que a la imagen mental típica que podemos tener de un superordenador (ya saben: capa, paquetorro y machismo reconcentrado en cada mascón repartido), puede distraer de los superpoderes para el cálculo y la simulación que nos ofrece. Pero, ¿qué significa exactamente todo esto? ¿Para qué sirve un cacharro de estas características? ¿Qué es un cúbit? ¿Estamos en peligro como raza viviente más avanzada de todos los tiempos?

Cúbits

Empecemos con los cúbits, que son la unidad mínima de la teoría de la información cuántica. De un modo más cercano, los cúbits son como Pedro Sánchez, que puede tener un valor de 0 y 1 simultáneamente (es una especie de valor superpuesto geométricamente, como si Pedro pudiera estar haciendo guarreridas españolas con Sánchez, y viceversa, y todo al mismo tiempo, como en una orgía cuántica y socialista). La primera ventaja que aparece a partir de esta suerte de metrosexualidad del cúbit, es que las posibilidades de cálculo aumentan de manera exponencial (así como las de almacenamiento, espacio, tiempo, probabilidad de que podamos retozar esta noche con nuestra pareja, etc…) El universo que se abre con los cúbits nos hace pensar en que quizás estamos empezando a recorrer la parte del camino de la existencia en la que acabará surgiendo algo más grande que nosotros gracias a la ciencia.

La expansión de las velocidades de cálculo, comprobación, simulación; así como la gran cantidad de datos con las que las computadoras cuánticas son capaces de trabajar, abren grandes posibilidades para el desarrollo tecnológico a efectos del tiempo que necesitamos invertir para conseguir resultados y las características de los mismos. Como siempre, los peligros están siempre ahí, como las pastillas de jabón en las duchas de las cárceles. Qué fastidiosa es la existencia, ¿verdad? Para una posibilidad de algo siempre surge la posibilidad de su contrario. Qué maravilla es el cúbit, entonces, que nos permite trasladar a los equivalentes a un circuito informático… y más allá. ¡Qué copazos nos vamos a poner con los cúbits!

Escuelas para máquinas

Dicen que Alan Turing dijo muchas cosas interesantes. De entre las que hay destacadas en el anterior enlace, me quedo ahora mismo con estas dos:

«En vez de intentar producir un programa que simule la mente adulta, ¿por qué no tratar de producir uno que simule la mente del niño? Si ésta se sometiera entonces a un curso educativo adecuado se obtendría el cerebro de adulto.»

Alan Turing

«Podríamos esperar que, con el tiempo, las máquinas lleguen a competir con el hombre en todos los campos puramente intelectuales. No obstante, ¿cuáles son las mejores para comenzar? incluso ésta resulta una decisión difícil. Mucha gente piensa que lo mejor sería una actividad muy abstracta, como jugar ajedrez. También puede sostenerse que lo mejor sería dotar a la máquina con los mejores órganos sensoriales que el dinero pueda comprar, y luego enseñarle a comprender y a hablar inglés. Este proceso podía seguir el proceso normal de enseñanza de un niño. Se le podrían señalar cosas y nombrarlas. Reitero que desconozco la respuesta correcta, pero considero que hay que intentar ambos enfoques.»

Otra vez Alan Turing

Si cruzamos estas frases con la visión estándar que tenemos de la escuela,- además de con la visión real que podemos tener muchos de nosotros-, lo cierto es que a la hora de obtener ese cerebro adulto, no estaríamos obteniéndolo: estaríamos obteniendo algo potencialmente mejor que un cerebro humano adulto. El tiempo y los costes de educar a una máquina, ¿se han calculado en comparación con los de hacerlo con un ser humano, a un nivel de conocimiento equilibrado entre las dos entidades? Sería interesante conocerlos. Apuesto a que el resultado no es muy agradable para nosotros, y que correríamos a refugiarnos en los Stradivarius y en Mozart; o Bach, o viceversa… mientras esperamos a que el maestro Von Cúbit genere una pieza que suene al mismo tiempo como una tocata y unos fandangos de Huelva.

Educar a una máquina para ser una máquina seguramente sea la primera opción de los papás y mamás de la máquina, como la es de los humanos que sus hijos sean personas buenas y sabias (sobre todo buenas… ya si salen sabias, pues las ponemos a tirar del carro del progresismo en el que harán tropa, ya que son buenas…). «Personas humanas», que suele decirse con laica y redundantemente graciosa pomposidad. Personas que más vale que vayamos reaprediendo masivamente en cómo vivir en un mundo en el que la media de las máquinas nos va a sobrepasar muy pronto.

Imágenes: Dominio Público y SPACE.COM